5 de octubre de 2008

Las Nenas con las Nenas


Radiografía privada de egos sensibles.

Los Nenes
Patricio Fernandez
Editorial Anagrama
175 páginas

De la prestigiosa cava de Jorge Herralde, editor y dueño de Anagrama, surge Los Nenes, de Patricio Fernández , ex director y medio dueño del The Clinic. La novela es la disposición lineal del staff de amigos del autor, algunos actúan con nombres verdaderos, algunos solo conservan la letra inicial, y el resto responden a claves que deben ser infinitamente graciosas para quienes pertenecen a la “movida” literaria local chilena.
El regreso a un viejo amor de Irribarren funciona como el eje al que se adosan las anécdotas de pintores, periodistas, escritores y editores en los meses previos y posteriores a la muerte de Pinochet. Todos artistas e intelectuales capaces de destruirse con frases altamente ácidas y sesudas, que finiquitan con un “conchasumadre” para seguir firmes junto al pueblo.
Intencional o no, el cuadro expuesto por Fernández, es la versión patética de gente que vive en un mundo lejano al poder real, escritores que vierten sus vidas en un libro con el afán de obtener respeto en un universo incalculable de personas, que no son más de veinte.
“Los nenes” fue la denominación que el escritor Gonzalo Contreras le otorgó a la camada de jóvenes talentos que crecieron o fueron publicados por el editor Germán Marín, su “archirequetecontraenemigo” que le habría mal editado una novela, lo que en el mundo real equivale a que alguien te diga feo. Para los escritores de esta historia el mundo se divide en dos, los que estiman a Marín y los que estiman que debe morir.
Marín, que en la novela figura como Miranda, es definido por su apodo: “Vieja Culiá” un señor que inventa odiosidades a fuerza de declaraciones inoportunas e hirientes para esos frágiles y susceptibles egos. Un extra sobresaliente es el prepucio de Rafael Gumucio, tan sobresaliente que se escapan varias páginas en la angustiosa extirpación quirúrgica, no religiosa, del capuchón del cronista.
La novela está cruzada por ofertas de puñetes y verborrea alcohólica. Pelambres baratos y discusiones interminables sobre buenos y malos escritores, sobre camaradas políticos, sobre amores cobardes que solo existieron en la ficción. Toda la violencia es moral y ética, los rivales no entran en batallas físicas pese a los bosques que talaron para publicar sus radicales diferencias de puntuación. El envoltorio es un paquete nostálgico, un mundo improductivo, en el que aun no se sabe quien paga la cuenta de los frecuentes almuerzos en el resucitado restaurante “El Parrón”.
Como se trata de una ficción, animada por la “realidad” o la “verdad”, hacer exigencias o aterrizarlas a un mundo de gente que trabaje de nueve a seis no es licito. Pero como tampoco se trata de épica fantástica, al menos, los personajes debieran ser más que sus pequeños suplementos de crítica literaria. Aun así, Patricio Fernández logró inscribir su nombre en uno de los catálogos más idolatrados por los lectores exigentes, y de paso perder a uno que otro amigo.
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