6 de febrero de 2009

El primer mártir del Rock

Desde La tintura de Elvis hasta el influjo de su madre muerta.
El más inapelable de los documentales del Rey ya está en la vitrina.
(Comentario íntegro en Rolling Stone febrero)

En los dos tomos, que suman 1600 páginas, Peter Guralnik se gastó los once años que tardó en edificar lo que será durante varias décadas la biografía definitiva de Elvis Presley. A través de archivos de prensa, balances comerciales, declaraciones de impuestos, boletas de farmacias, entrevistas a sus amigos y enemigos, Guralnik logra revelar con una naturalidad iluminada el curso inevitable de la vida del Rey de Rock.
No era tan difícil pero había que hacerlo. Descubrir cuales eran sus libros de cabecera, su círculo más íntimo, desentrañar sus temores, sus frustraciones y las tan desmesuradas ambiciones que lo elevaron al podio de los que consiguen la popularidad de Cristo. Rastrear todos los hoteles en los que se alojó, buscar a quienes rentó casa, y aunque se escondieron, los encontró a casi todos. No hurgó demasiado en la basura, no había tanta. Solo varios cientos de botellas con anfetaminas que en aquella época no se conseguían en la botica de la esquina, ni se las encargaba a un sucio dealer que encarnara al maligno en esta historia, solo se necesitaba un químico farmacéutico de buena voluntad. Quizás dos, o tres…
Elvis se divertía de día y trabajaba de noche, era difícil acercarse al ritmo del músico. De ahí también su generosidad con las pastillas. Necesitaba de mucha gente que actuara de intermediaria en sus rutinas de cine o sus rutinas de grabación. Eran vidas paralelas que a fuerza de falopa entraron en un cuerpo.
Es un punto el de la droga. Estamos en los cincuenta y la información no fluía como hoy, incluso era fácil encontrar defensores con argumentos atendibles sobre los beneficios del uso del tabaco. Las anfetaminas apenas eran la anécdota de los kamikazes que se llenaban de valentía con un par de tabletas de tan energético fármaco. Elvis, después de varios años de consumo irracional, comprendió que la ansiedad de comer debió combatirla con abdominales y lechugas. Pero a esa altura, el gordo Rey, caricaturizado por el mismo, estaba a punto de desaparecer.

Para tranquilidad del lector, Guralnik se salta la triste infancia de Elvis y nos ahorra un par de horas en el diván. Presley viene del campo y sus primeros trece años son un espacio de mediocridad gracias a su padre. Memphis es su primera destinación urbana y su primera sacudida musical. Sin Memphis no hay Elvis, y según los datos de ingresos por conceptos turísticos de hoy, sin Elvis hay muy poco Memphis.

La profesionalización, el auge y la caída comenzó en Alemania, con el sargento Presley y sus 22 uniformes planchados para toda ocasión. Con todos los privilegios de una estrella que cumplió durante dos años su destinación militar, relegando la rebeldía musical a un tenue movimiento de caderas, que no irritaba a la jerarquía y dejaba más que conforme a las adolescentes que no le daban tregua.
Se gastaba las regalías de sus grabaciones en discos. Su archivo musical es uno de las magníficas preseas que puede colgarse el autor. Dos mil sobres con elepés transportó a su regreso a Memphis. Y también su primera gran obsesión, perdón, su primer amor: Priscila, que brizaba los 15 años.
Páginas y capítulos para el Coronel Tom Parker, el manager. El Coronel es a la vida de Elvis, lo que Coppola fue a la vida de Maradona.
Su mentor le entregaba total libertad musical, jamás le objeto la compra de alguna determinada letra, solo se preocupó que todas las manías y caprichos de su único cliente fueran consumadas a la brevedad. Elvis compró derechos de canciones que hasta no ser interpretadas por él sonaban añejas y desvanecidas. El negocio era el de siempre: comprar barato y vender caro. Elvis captaba el potencial de viejas canciones de gospel que permanecían archivadas en las cabezas de sus súbditos y al escucharlo a él producía un agradable efecto melancólico y de resurrección.
Los casi sesenta mil pesos que cuentan los libros duelen solo si caen en la cabeza. Su cuidado empaste, que al ubicarlo en tu mueble de libros une el rostro del Rey, es un admirado retrato que exhibe en trazos brillantes los dolores profundos, y en tonos resplandecientes las miles de horas de grabación de música inolvidable de Elvis Presley.