6 de marzo de 2009

La estúpida vida suburbana.



La Novedad de los cincuenta...
Vía Revolucionaria
Richard Yates
Edit. Alfaguara

Arquitectos inspirados diseñaron durante varios años la revolucionaria estructura que modificaría para siempre el comportamiento de los consumidores chilenos. Crearon unos fabulosos “caracoles” que permitían experimentar una ascensión divina al minuto de comprar. Todos sabemos que pasó con ellos. Los que terminaron bien son el paraíso de la estética depilatoria y los desventajados son topples de mala muerte. La siguiente imitación, que aun no tienen tan glamoroso desenlace, son las ciudades satélites que los norteamericanos popularizaron como suburbios.
La idea es vivir lejos del trabajo, lo más que se pueda. Esto permite a los maridos tener vidas paralelas y a las esposas inconmensurables prados que podar e impecables cocinas para aturdir sus frustraciones.
Los protagonistas de Vía Revolucionaria asumen el modelo propuesto por alguien superior a ellos, forman parte de una extensa manada que no cuestiona en lo más mínimo esta manera de vivir hasta que las mascaras empiezan a derretirse por el pasado y los trajes del suburbio son demasiado ajustados para un matrimonio apunto de explotar.

En la versión fílmica del libro (Solo un sueño) el curso de la historia aparenta una pequeña esperanza cuando la protagonista, en un arrebato iluso y valiente, propone a su marido trasladar sus vidas a Paris. En el libro nunca hay esa sensación. April Wheeler es la hija de un matrimonio que duró dos meses, que fue criada hasta los cinco años por su tia, y luego por unas amigas de su madre. En ese minuto de lectura entiendes que Paris o Chimbarongo son lo mismo para una esposa desesperada.
La tinta que utiliza Yates para dibujara a sus personajes es de cianuro. Les calza traje, les pone un auto, el césped es del verde adecuado, la vida sexual no es pacífica, los hijos son rosaditos, alcanza para el asado de fin de semana, y sin embargo, está todo mal. El que se sienta aludido por el autor, el que piense que ese cubículo que le dan por oficina, y que esa rubia de cejas negras que tiene por esposa no son lo suficiente para él, es el lector menos indicado para este tipo de experimentos narrativos.
La primera publicación de Vía Revolucionaria fue en el 1967, cuando Santiago aun se dividía en barrios y poblaciones. No como hoy, que tardé dos horas en llegar a mi despacho, que por cierto, es un cubículo.

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