En 1876 el librero Irlandés Edmund Rice desarrolló una extraña manía que muy pocos especialistas intentaron dilucidar, ni siquiera despejar. Rice sufrío incalculables años de insomnio, y aun así atendió su pequeño depósito de libros en Belfast puntualmente de lunes a viernes y comulgó todos los domingos. De acuerdo a los escazos retratos intelectuales de la época, el señor Rice derrochó un mal humor entrañable hasta su muerte. Sin embargo su funeral fue inexplicablemente concurrido. Las lenguas viperinas lo atribuyeron a la bonanza económica alcanzada por su hermano, marino mercante, que terminó sus días en Argentina.
Una hermosa publicación describe la librería como un lugar austero, digno para la lectura y limpio por sobre todas las cosas.
Edmund Ricé trabajaba solo. Recibía, clasificaba y vendía los libros que el mismo marcaba de catálogos londinenses. Solo una mujer asistía al librero dos veces por semana en las labores consagradas al aseo más profesional de los escazos metros cuadrados que componían el universo de la Irishboockstore.
En la crónica más extensa que se encuentra de este librero se detalla como en los estantes más del 90 porciento de los libros están envueltos en papel y atados con pequeñas sogas, y en los lomos se encuentran remarcados los títulos de los ejemplares con una gentíl caligrafía.
Esta envoltura le daba a la librería un aspecto de orden impecable. Eran paredes de 3,5 metros de altura empapeladas en tonos crudos. Edmund se esmeró, hasta el día que cerró la Irish, en que todos los tomos estubieran perfectamente atados y cubiertos.
Pero no todo pasaba por el sentido estético y preservante de su mercancía, hasta que recibí en una antología de cuentistas irlandeses un pequeño relato, inédito hasta entonces, de un tal Edmund Rice.
La historía va de un detallista y atento librero que consigue las novedades primero que nadie en la ciudad, que encuentra traducciones maravillosas en catálogos soñados. Sin embargo su ansiedad comienza a dejarlo sin sueño.
Lo peor de todo es que logra conciliar desde las 5 hasta las 7 de la mañana un breve descanso, que se vuelve terrorífico a la hora que comienza su pesadilla. El personaje de Rice, su alter ego librero, sueña que comienza su jornada y las letras que componen cada uno de sus libros ya no están, se han ido.Los libros están en blanco, ahora vende cuadernos. Frente a la tragedia no decae.
Es por ello que cuando recibe los nuevos libros se apresura a sellarlos con papel y atarles la cuerdita para que ningún personaje se atreva a escapar de las novelas y cagarle el negocio.
A Rice no lo abandonó jamás un personaje, se convirtió en uno. Los atrapó a todos.
Una hermosa publicación describe la librería como un lugar austero, digno para la lectura y limpio por sobre todas las cosas.
Edmund Ricé trabajaba solo. Recibía, clasificaba y vendía los libros que el mismo marcaba de catálogos londinenses. Solo una mujer asistía al librero dos veces por semana en las labores consagradas al aseo más profesional de los escazos metros cuadrados que componían el universo de la Irishboockstore.
En la crónica más extensa que se encuentra de este librero se detalla como en los estantes más del 90 porciento de los libros están envueltos en papel y atados con pequeñas sogas, y en los lomos se encuentran remarcados los títulos de los ejemplares con una gentíl caligrafía.
Esta envoltura le daba a la librería un aspecto de orden impecable. Eran paredes de 3,5 metros de altura empapeladas en tonos crudos. Edmund se esmeró, hasta el día que cerró la Irish, en que todos los tomos estubieran perfectamente atados y cubiertos.
Pero no todo pasaba por el sentido estético y preservante de su mercancía, hasta que recibí en una antología de cuentistas irlandeses un pequeño relato, inédito hasta entonces, de un tal Edmund Rice.
La historía va de un detallista y atento librero que consigue las novedades primero que nadie en la ciudad, que encuentra traducciones maravillosas en catálogos soñados. Sin embargo su ansiedad comienza a dejarlo sin sueño.
Lo peor de todo es que logra conciliar desde las 5 hasta las 7 de la mañana un breve descanso, que se vuelve terrorífico a la hora que comienza su pesadilla. El personaje de Rice, su alter ego librero, sueña que comienza su jornada y las letras que componen cada uno de sus libros ya no están, se han ido.Los libros están en blanco, ahora vende cuadernos. Frente a la tragedia no decae.
Es por ello que cuando recibe los nuevos libros se apresura a sellarlos con papel y atarles la cuerdita para que ningún personaje se atreva a escapar de las novelas y cagarle el negocio.
A Rice no lo abandonó jamás un personaje, se convirtió en uno. Los atrapó a todos.